El ser humano
tiene la increíble capacidad de adaptarse a cualquier medio y una vez más lo
está haciendo.
Vivíamos en
una sociedad similar a un gran transatlántico en el que viajábamos algunos en
calidad de tripulación, otros de pasajeros. Éramos conscientes de que mejor o
peor, todo nuestro entorno iba creciendo y avanzando en una misma dirección y a
un ritmo constante con el consiguiente crecimiento laboral o escolar,
crecimiento interpersonal o social constante.
Cada miembro
de esta sociedad náutica estaba especializado en la realización de una función
determinada; capitanía, segundo oficial, oficial navegante, marineros, cadetes,
dirección de hotel, personal médico, personal de mantenimiento y limpieza,
servicio de camarotes, personal de restauración, personal de animación y
entrenamiento personal, fotografía, etc. Tanta era la especialización y tantos
años llevábamos acostumbrados a cultivarla, que no éramos realmente conscientes
del trabajo que había detrás de cada una de las demás funciones, y la
dependencia que teníamos de ellos.
Hasta que
ocurrió lo impensable.
Un sábado por
la tarde, nuestro crucero se encalló en una roca llamada COVID19. La parada en
seco fue traumática para toda la sociedad. De la noche a la mañana había que
parar las máquinas del barco.
“No pasa nada” —dijo el capitán—, para estos casos tenemos los botes salvavidas. Es
cierto que nunca imaginábamos que los necesitaríamos, y que —acostumbrados a que el barco siempre avanza y nunca se
para— hace
mucho tiempo que no los cuidamos.
“A partir de
este punto cada familia debe seguir avanzando en un bote por familia. No se
pueden compartir. La única comunicación que podéis tener entre vosotros es por
gestos. Tampoco se puede hablar”.
Y así es como
cada persona de este barco, ya fuera tripulante o pasajero, se tuvo que
convertir en capitán de un bote.
En cada bote,
los capitanes tienen que ser los responsables de la seguridad y el bienestar de
los pasajeros, teniendo que realizar todas las tareas que antes hacía una
sociedad entera: de capitán, cocinero, animador, limpieza, ... con el fin de
que no cunda el pánico y la travesía se haga lo más placentera posible,
haciendo lo posible por seguir con una pequeña embarcación, el ritmo de un gran
transatlántico. Todo esto sin tener seguridad sobre el abastecimiento
necesario, el destino ni la duración del viaje.
Los
capitanes también son conscientes de la dificultad de la situación; no han
sido entrenados para realizar todas estas tareas a la vez y bajo esta presión,
pero sacan lo mejor de sí mismos. Desarrollan el ingenio y las capacidades que
no sabían que tenían y consiguen que los pasajeros disfruten del viaje sin
percatarse de la tormenta que hay fuera.
Nunca había
ocurrido algo similar. Estamos en una situación sin precedentes en la que vamos
como botes en el océano, pero cuando los capitanes están agotados, el resto de
los pasajeros, sobre todo los más pequeños, te hacen sacar fuerzas de donde nos
la hay; y toda la barca, como una tripulación al completo, consiguen adaptarse
a la nueva situación y consiguen que un viaje difícil y complicado, lleno de
oleaje y tormentas, se convierta en un crucero particular donde se aprende a
valorar aquellos detalles que realmente importan, se consigue convertir en
normal aquello que era un viaje extraordinario, y conseguimos sacar el lado
bueno a todo lo que está ocurriendo.
Cuaderno de bitácora: https://www.youtube.com/watch?v=uL9BXPs3Plw
Jacobo Melgar
García-Andrade
Raúl
Contreras Linares
José Manuel
del Pino Fernández
Me ha gustado vuestra metáfora mucho. Ahora esperemos llegar a buen puerto y no naufragar. Tambien me lleva vuestra metáfora a algo que escuché estos días... realmente no vamos en el mismo barco sino que navegamos por el mismo mar, solo que unos van en yate y otros en patera.
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